Benedicto deja un legado conflictivo en materia de abusos sexuales en la Iglesia
Antes de liderar la Iglesia católica como Benedicto XVI, y antes de que fuese un poderoso cardenal y el principal guardián de la doctrina del Vaticano, Joseph Ratzinger, arzobispo de Múnich, asistió a una reunión en 1980 sobre un sacerdote en el noroeste de Alemania que era acusado de cometer abusos contra niños.
No está claro qué sucedió exactamente durante la reunión, pero después, el sacerdote fue trasladado y, durante los siguientes 12 años, pasó por distintas parroquias de Baviera antes de terminar en el pequeño pueblo de Garching an der Alz, donde abusó sexualmente de Andreas Perr, que tenía 12 años.
“Pesa tanto”, dijo Perr el martes, mientras fumaba cigarrillos afuera de la casa donde fue abusado sexualmente, a solo unos pasos del campanario blanco de la iglesia del pueblo. Dijo que los abusos que sufrió lo llevaron por el camino de las drogas y la prisión, mientras que el arzobispo Ratzinger había ascendido en las filas eclesiásticas. Al hablar de Benedicto XVI, el papa retirado que murió el sábado, dijo que a veces piensa “en el poder que una persona podría tener sobre tu vida”.
El año pasado, un informe encargado por la Iglesia católica en Múnich acusó a Benedicto XVI de manejar mal los casos de abuso sexual perpetrado por sacerdotes. Benedicto se disculpó por cualquier “falta grave”, pero negó haber actuado mal.
El flagelo de los abusos sexuales infantiles en la Iglesia persiguió a Benedicto, desde el comienzo de su ascenso en la jerarquía hasta su último año como papa frágil y retirado, cuando los investigadores de Múnich agregaron una complicación más a un legado que es profundamente conflictivo.
Para sus partidarios, se trata del líder que se reunió por primera vez con las víctimas y, sobre todo, fue quien obligó a la Iglesia a enfrentar sus demonios, a cambiar sus leyes y deshacerse de cientos de curas abusadores. Aumentó la edad de consentimiento e incluyó a los adultos vulnerables en las leyes que protegían a los menores. Permitió que se anularan los plazos de prescripción sobre el abuso sexual.
Para sus críticos, protegió a la institución por encima de las víctimas, no logró responsabilizar ni a un solo obispo por proteger a los abusadores y no respaldó sus palabras con acciones. Prefería mantener la disciplina en casa, sin exigir nunca que los casos fueran denunciados ante las autoridades civiles.
“Podemos estar agradecidos por lo que hizo Benedicto XVI al llevar la lucha contra el abuso en la Iglesia a un nuevo nivel mediante la introducción de procedimientos más estrictos y nuevas leyes”, dijo el reverendo Hans Zollner, uno de los principales expertos del Vaticano sobre el tema de protección de menores y los abusos sexuales. “Fue el primer papa que se reunió con los sobrevivientes de abuso. Al mismo tiempo, dado el informe de que durante sus años como arzobispo de Múnich no prestó la atención necesaria a las víctimas de abusos ni responsabilizó a los perpetradores, no podemos ignorar que las víctimas y otras personas afectadas están sufriendo”.
Perr, que ahora tiene 38 años, todavía trata de reconstruir su vida después de lo que sufrió en la iglesia. Y ya no pertenece a la Iglesia católica.
A medida que el arzobispo Ratzinger ascendía en la jerarquía eclesiástica, la vida de Perr caía en un abismo cada vez más profundo. Su madre se negó a creerle, y huyó de su casa para vivir en las calles, donde comenzó a consumir drogas fuertes como la heroína.
“Después de que sucedió, comencé a tener pesadillas”, dijo. “Eso fue lo que me hizo empezar a consumir drogas. Quería dejar de soñar, dejar de sentirme culpable y repugnante. Simplemente no quería sentir nada”.
A lo largo de los años, Perr terminó en prisión dos veces y salió en libertad condicional recién el año pasado.
En ese momento encontró al abogado penalista Andreas Schulz, después de enterarse de que estaba representando a otras víctimas de los abusos cometidos por el mismo sacerdote. Juntos, decidieron apuntar más alto: presentarían una demanda civil, no solo contra el sacerdote acusado de abusar sexualmente de él y de varios niños en Garching, sino también contra la archidiócesis de Múnich y contra Joseph Ratzinger, que en ese momento era su arzobispo.
Antes de fallecer, el Papa emérito contrató a una gran firma de abogados internacional y dijo que planeaba defenderse en el juicio que comenzaría este año. Ahora, Schulz y su cliente planean continuar con el caso incluso después de su muerte, y todavía quieren responsabilizar a Benedicto XVI, o al heredero de su patrimonio.
Schulz dijo que incluso podría ser el sucesor de Benedicto, el papa Francisco, quien herede el caso, en caso de que se convierta en el heredero de Benedicto. El abogado argumentó que la Iglesia debe aceptar el juicio como una oportunidad para aclarar finalmente la complicada historia que dejó Benedicto XVI.
“Sus logros teológicos son una parte de su legado”, dijo Schulz. “Pero hay sombras que se ciernen sobre él, y esas sombras solo pueden eliminarse si se hace lo correcto y se acepta la responsabilidad. Eso es algo que solo el papa Francisco puede hacer, y eso es lo que nuestro juicio trata de lograr: la gente quiere transparencia, quiere que se acepte la responsabilidad, quiere una compensación”.
Relatos como el de Perr se han vuelto dolorosamente familiares en la Iglesia durante las últimas décadas. La revelación de abuso sistémico destruyó diócesis y ahuyentó a los fieles en países de todo el mundo.
En Estados Unidos, un escándalo que estalló en Boston ha sacudido casi todo el país. Irlanda, que alguna vez fue una fortaleza para el catolicismo, quedó tan diezmada por los escándalos de abuso que, en 2010, Benedicto XVI escribió la primera carta pastoral sobre el tema de los abusos. “Han sufrido mucho y lo siento mucho”, escribió. Un informe de 2021 alegaba que cientos de miles de niños en Francia habían sufrido abusos en la Iglesia de ese país.
Los líderes eclesiásticos, que alguna vez consideraron la crisis como un invento de los liberales y los abogados, o un problema de los países anglófonos instigado por medios de comunicación anticatólicos, ahora reconocen que es un problema general, y Francisco, después de sus propios errores, introdujo reglas para que la jerarquía sea más responsable.
Pero los partidarios de Benedicto, e incluso sus críticos, reconocen que Francisco se basó en las reformas de Benedicto. Antes del diluvio que abrumó a la Iglesia, los casos llegaban a cuentagotas durante la década de 1980, a menudo en países de habla inglesa, y cayeron sobre su escritorio en la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En 1988, presionó al departamento de derecho canónico del Vaticano —que exigía largos juicios eclesiásticos para abordar las acusaciones— con el fin de que le diera más libertad para retirar con rapidez a los sacerdotes abusadores. Pero su petición fue negada, con el argumento de que esa medida privaría a los sacerdotes del debido proceso y, como resultado, los obispos intentaron curar a los abusadores con oraciones y terapias o simplemente los reubicaron en otras parroquias donde se aprovecharon de otros niños.
Pero la oficina del cardenal Ratzinger tampoco actuó en casos atroces. En la década de 1990, detuvo un juicio secreto de un sacerdote estadounidense que había abusado sexualmente de hasta 200 niños sordos y le escribió al cardenal insistiendo en que el sacerdote ya se había arrepentido. El hombre nunca fue destituido.
En 2001, el cardenal Ratzinger convenció al papa Juan Pablo II para que le dejara tratar de controlar el problema. Redactó una ley de la Iglesia que requería que los obispos enviaran todas las denuncias creíbles de abuso al Vaticano, donde su oficina se hizo responsable de los casos.
Además, respaldó a los obispos estadounidenses que querían adoptar una política de “tolerancia cero” que expulsaba a los sacerdotes que se involucraban en un solo episodio de abuso sexual. Cuando Juan Pablo II llegó al final de su pontificado en 2004, el cardenal Ratzinger ordenó una revisión de los casos pendientes en su departamento.
En 2005, para la procesión del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo de Roma, el cardenal Ratzinger escribió: “Cuánta inmundicia hay en la Iglesia, especialmente entre aquellos que, dentro del sacerdocio, se supone que pertenecen totalmente” a Cristo.
Cuando se convirtió en el sumo pontífice, disciplinó y finalmente expulsó a Marcial Maciel Degollado, un abusador en serie y fundador mexicano de la orden religiosa de los Legionarios de Cristo. Al ser un prodigioso recaudador de fondos, el padre Maciel se había ganado la lealtad del papa Juan Pablo II y su círculo íntimo, que durante años bloquearon los esfuerzos de Benedicto XVI para investigarlo.
“El tema es muy variado y complejo”, dijo Marie Collins, una irlandesa sobreviviente de abusos que en 2017 renunció a una comisión del Vaticano para la protección de menores que fue creada por Francisco. Ella dijo que el hecho de que Benedicto XVI hubiese leído tantos casos como jefe de la congregación doctrinal lo hizo “comprender la vastedad del problema cuando se convirtió en papa”, y por eso implementó nuevos procedimientos contra el abuso sexual.
Collins afirma que es “injusto exagerar” los errores que cometió al manejar casos durante su propio ministerio personal, cuando era obispo en Alemania, pero que Benedicto, como papa, “no trató ese tema con la profundidad necesaria ni lo persiguió al máximo”.
Para muchos, no fue lo suficientemente lejos.
Anne Barrett Doyle, codirectora de BishopAccountability.org, un grupo de investigación y defensa de las víctimas, dijo el día de la muerte de Benedicto XVI en un comunicado que “dejó intactos a cientos de obispos culpables en el poder y a una cultura de secreto”.
El martes por la noche en la catedral de Múnich que Benedicto XVI presidió como obispo hace 40 años, el actual arzobispo, Reinhard Marx, inició una misa en honor del papa emérito invitando a todos a orar, incluidos “a aquellos que han sufrido abusos y sufrimientos en el espacio de la Iglesia. A todos los que han recibido buenos regalos de Joseph Ratzinger. Y a todos los que ahora, en este momento, confían en que la bondad y la misericordia de Dios todo lo sanarán”.
Jason Horowitz reporteó desde Roma y Erika Solomon, desde Múnich y Garching an der Alz, Alemania. Gaia Pianigiani colaboró con labor de reporteo desde Roma y Christopher F. Schuetze, desde Berlín.
Jason Horowitz es el jefe de la corresponsalía de Roma; cubre Italia, Grecia y otros sitios del sur de Europa. Cubrió la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, el gobierno de Obama y al congreso con un énfasis en perfiles políticos y especiales. @jasondhorowitz